5 de diciembre de 2013

Lisandro Aristimuño: Elegante rock



En términos de convocatoria, pareciera que cualquier meta que se proponga Lisandro Aristimuño le queda chica. En 2012 agotó su primer Gran Rex en la presentación en Mundo anfibio. En mayo de este año lo hizo otra vez, cuando comenzaba su gira 2013. Ahora tuvo que agregar una nueva función a la que tenía prevista para diciembre.

Sin duda que la base de esos llenos es, en primer lugar, su talento. Hace tiempo que dejó de ser (¿apenas?) un chico sensible y melancólico que cavilaba por la infancia, por el Sur, por el viento o por la fiebre. Sin perder ese estremecimiento como de ser nuevo en este mundo, sus obras son cada vez más inteligentes y más complejas. Lo que era insinuante sorpresa en Azules turquesas (2004) es pasmosa realidad en su último disco.

Muchos de los que maduraron artísticamente en la era digital, como Aristimuño, se hicieron a sí mismos a la vez como compositores, intérpretes y productores. Pero pocos alcanzaron un vuelo semejante en la consola, capaz de convertir –vía texturas, exploraciones tímbricas, sorpresitas de variado calibre—bellas canciones en verdaderas preciosuras sonoras. Escuchen, si no, “Anfibio”, “Elefantes”, “Aurora boreal”, “Igual que ayer” o lo que quieran de su última obra.

Pero hay otro aspecto que justifica los teatros agotados: en vivo, el cantautor muestra un vigor que toma por asalto al desprevenido. Es carismático y simpático como frontman, preciso y contundente como líder de banda. Ahí hay rock, piensa uno, elegante rock.

7 de noviembre de 2013

Bomba Estéreo: La selva tecnológica



Un año después de su última visita, Bomba Estéreo vuelve a Buenos Aires con su irresistible electrónica de inspiración caribeña. Respecto al presente de la banda colombiana podrían decirse un par de cosas. La primera es que el último disco, Elegancia tropical (2012), es muy distinto al anterior, Estalla! (2008), que los proyectó a pistas y festivales de todo el mundo. Muy distinto en el sentido de que baja la dosis folklórica y se fortalece la electrónica, el reggaetón, el rap y los latiguillos hechizantes. La champeta y la cumbia son un resto sublimado, una fuerza festiva que late por detrás.

La segunda cosa es que Elegancia tropical es mucho mejor que Estalla! Es mucho más que la curiosidad del cruce. Es una fascinante línea de desarrollo: más psicodélica, más ambiental, más intimista. Siguen presentes los temporales del Trópico, claro,  pero Elegancia… tiene una complejidad y una maduración que Estalla! estaba lejos de alcanzar. Hay algo exuberante en el disco, como la selva. Pero una selva mediada por la tecnología. Correlato quizás de las últimas experiencias de Björk, una especie de paisaje de Avatar delineado con precisión digital. Realidad y artificio a la vez.

Nacida hace más de diez años de la mente y el bajo de Simón Mejía, no fue sino hasta la incorporación de Li Saumet que la Bomba fue adquiriendo su actual fisonomía, a la que se sumaron Julián Salazar en guitarra y Kike Egurrola en batería. Hoy, en Elegancia…, la Bomba ya suena realmente como banda, con la contundencia y la cohesión que uno espera.

8 de octubre de 2013

Eddie Shaw: Lobo está



Imponente en el escenario con sus dos metros de altura, su cabeza de moái de la Isla de Pascua y su aullido lobuno (de donde viene su sobrenombre), Howlin’ Wolf fue uno de los más personales intérpretes y compositores de blues. Por eso es difícil encontrarle un heredero. Sin embargo, cuando uno escucha a Eddie Shaw, por su vínculo personal y por ciertos guiños que hace al oído, ¿cómo esquivar la tentación de decir que, si hubiera alguno, hoy sería él?

El saxofonista entró y salió de la banda del Lobo varias veces desde 1958, compuso y arregló para ella y finalmente se quedó con parte de ella cuando el líder murió. En los más de 35 años que pasaron desde entonces, Shaw construyó una sólida carrera solista con algunas canciones contundentes (uno tiene la sensación de que, de haber sido líder en los 50, más de una sería ya un clásico) y un estilo como saxofonista hecho de frases cortas y estridentes, con notas como pinchazos y el aire agitando con violencia la lengüeta del instrumento. Como vocalista, claro, ostenta una voz tan rasposa y grave como cabría esperar, a veces dibujando, casi tímidamente, como homenaje, esas líneas sinuosas que tanto caracterizaban a Wolf.

A sus 76 años y en muy buena forma, Shaw lamenta que los nietos y bisnietos de su generación desconozcan el blues y se vuelquen a las más redituables arenas del hip hop, pero sigue dando batalla desde un género que, como en sus orígenes, florece en los márgenes del mainstream. Como eligió titular uno de sus discos: “No puedo parar ahora”.

4 de septiembre de 2013

Caetano Veloso: El arte del trío (de a cuatro)



Lo que más impacta de Caetano Veloso en vivo son sus impresionantes cualidades vocales, su magnetismo personal y –cómo no– esa sensación de estar frente a un pedazo enorme de historia. Si fuera solo un monumento, no estaría nada mal. Pero Caetano no se conforma y, a sus 71 años, tiene la osadía de seguir reinventándose a sí mismo y reinventando, de esa forma, las posibilidades de la canción, la música popular brasileña y, por qué no, el rock sudaca.

Su último disco, Abraçaço, no sólo está a la altura de la trilogía –con (2006) y Zii & Zie (2009)–que vino armando con el acompañamiento de un trío de rock. Si como compositor no tiene fecha de vencimiento –escúchense “A bossa nova é foda”, “Um abraçaço” o la colosal “Um comunista”–, acá la concepción sonora con solo guitarra, bajo y batería alcanza niveles inéditos.

Quizás sea exagerado, pero escuchando Abraçaço dan ganas de decir dos cosas. Una, que es un disco perfecto. Dos, que cuando hace rock, aunque él sea un cuarto involucrado, Caetano –como hizo Brad Mehldau en el jazz– reinventa el arte del trío.

2 de septiembre de 2013

Hernán Lucero: A nombre propio



Soy yupanquiano hasta la médula. No hay espacio –ni propósito– de explicar por qué. Pero arranco con eso para que se entienda algo de lo que sentí hace un año cuando, en un homenaje a Atahualpa organizado por la imprescindible Hilda Herrera, la pianista estrenó una baguala inédita del poeta a la que le había puesto música. Esa noche, las palabras de Yupanqui brotaron de la voz de un sólido cantante que yo, equivocadamente, tenía circunscripto a los terrenos del tango, Hernán Lucero.

Hoy, esa “Baguala nomás será” resplandece promediando la lista de temas de su último disco, Lucero. Tangos y canciones criollas. El título con su apellido sugiere algo inaugural. No sé si será así o no, pero es verdad que, aunque hace más de una década que transita repertorio criollo y suburbano, solo o con los Bardos Cadeneros, en el disco profundiza esa búsqueda.

Si uno repasa los invitados que tendrá en el Tasso y los temas que interpretará con ellos, parecen no quedar dudas: con Raúl Carnota hará el tango “Esa ventana”; con Jaime Torres, la cueca norteña “Taquiña” (letra de Jaime Dávalos); con Jorge Marziali, la cueca “Para Palorma”; con Omar Moreno Palacios, la “Huella de Santa Rosa”.

La voz de Lucero es vigorosa; su afinación, impecable. Pero con eso no alcanza. Con un buen caño y estudio, ser un correcto cantor clásico puede no ser tan difícil. El tema, en esos casos, es ser de los mejores. Por su profundo lirismo y su buen ojo para el repertorio, Lucero logró sin dudas hacerse un lugar entre ellos.